"Santa Brígida"
(23 de julio)
Era hija de
Birgerio, gobernador de Uplandia, la principal provincia de Suecia. La madre de
Brígida, Ingerborg; era hija del gobernador de Gotlandia oriental. Ingerborg
murió hacia 1315 y dejó varios hijos. Brígida, que tenía entonces doce años
aproximadamente, fue educada por una tía suya en Aspenas. A los tres años,
hablaba con perfecta claridad, como si fuese una persona mayor, y su bondad y
devoción fueron tan precoces como su lenguaje. Sin embargo, la santa confesaba
que de joven había sido inclinada al orgullo y la presunción.
La Pasión: centro de su vida
A los siete años tuvo una visión de la Reina de los cielos. A los diez, a raíz
de un sermón sobre la Pasión de Cristo que la impresionó mucho, soñó que veía
al Señor clavado en la cruz y oyó estas palabras: "Mira en qué estado
estoy, hija mía." "¿Quién os ha hecho eso, Señor?", preguntó la
niña. Y Cristo respondió: "Los que me desprecian y se burlan de mi
amor." Esa visión dejó una huella imborrable en Brígida y, desde entonces,
la Pasión del Señor se convirtió en el centro de su vida espiritual.
Contrajo matrimonio antes de cumplir catorce años, con Ulf Gudmarsson,
quien era cuatro años mayor que ella. Dios les concedió veintiocho años de
felicidad matrimonial. Tuvieron cuatro hijos y cuatro hijas, una de las cuales
es venerada con el nombre de Santa Catalina de Suecia. Durante algunos años,
Brígida llevó la vida de la época, como una señora feudal, en las posesiones de
su esposo en Ulfassa, con la diferencia de que cultivaba la amistad de los
hombres sabios y virtuosos.
En el año 1335, la santa fue llamada a la corte del joven rey Magno II para
ser la principal dama de honor de la reina Blanca de Namur. Pronto comprendió
Brígida que sus responsabilidades en la corte no se limitaban al estricto
cumplimiento de su oficio. Magno era un hombre débil que se dejaba fácilmente
arrastrar al vicio; Blanca tenía buena voluntad, pero era irreflexiva y amante
del lujo. La santa hizo cuanto pudo por cultivar las cualidades de la reina y
por rodear a ambos soberanos de buenas influencias. Pero, aunque Santa Brígida
se ganó el cariño de los reyes, no consiguió mejorar su conducta, pues no la
tomaban en serio.
Las Visiones
La santa Brígida empezó tener por entonces las visiones que habían de hacerla famosa.
Estas versaban sobre las más diversas materias, desde la necesidad de lavarse,
hasta los términos del tratado de paz entre Francia e Inglaterra. "Si el
rey de Inglaterra no firma la paz -decía-- no tendrá éxito en ninguna de sus
empresas y acabará por salir del reino y dejar a sus hijos en la tribulación y
la angustia." Pero tales visiones no impresionaban a los cortesanos
suecos, quienes solían preguntar con ironía: "¿Qué soñó Doña Brígida
anoche?"
Por otra parte, la santa tenía dificultades con su propia familia. Su hija
mayor se había casado con un noble muy revoltoso, a quien Brígida llamaba
"el Bandolero" y, hacia 1340, murió Gudmaro, su hijo menor. Por esa
pérdida la santa hizo una peregrinación al santuario de San Olaf de Noruega, en
Trondhjem. A su regreso, fortalecida por las oraciones, intentó con más ahinco
que nunca volver al buen camino a sus soberanos. Como no lo lograse, les pidió
permiso de ausentarse de la corte e hizo una peregrinación a Compostela con su
esposo. A la vuelta del viaje, Ulf cayó gravemente enfermo en Arras y recibió
los últimos sacramentos ya que la muerte parecía inminente. Pero Santa Brígida,
que oraba fervorosamente por el restablecimiento de su esposo, tuvo un sueño en
el que San Dionisio le reveló que no moriría. A raíz de la curación de Ulf,
ambos esposos prometieron consagrarse a Dios en la vida religiosa.
Viuda, vida religiosa, aumentan las visiones, según parece, Ulf murió en 1344 en el monasterio cisterciense de Alvastra,
antes de poner por obra su propósito. Santa Brígida se quedó en Alvastra cuatro
años apartada del mundo y dedicada a la penitencia. Desde entonces, abandonó
los vestidos lujosos, solo usaba lino para el velo y vestía una burda túnica
ceñida con una cuerda anudada. Las visiones y revelaciones se hicieron tan
insistentes, que la santa se alarmó, temiendo ser víctima de ilusiones del
demonio o de su propia imaginación. Pero en una visión que se repitió tres
veces, se le ordenó que se pusiese bajo la dirección del maestre Matías, un
canónigo muy sabio y experimentado de Linkoping, quien le declaró que sus
visiones procedían de Dios. Desde entonces hasta su muerte, Santa Brígida
comunicó todas sus visiones al prior de Alvastra, llamado Pedro, quien las
consignó por escrito en latín. Ese período culminó con una visión en la que el
Señor ordenó a la santa que fuese a la corte para amenazar al rey Magno con el
juicio divino; así lo hizo Brígida, sin excluir de las amenazas a la reina y a
los nobles. Magno se enmendó algún tiempo y dotó liberalmente el monasterio que
la santa había fundado en Vadstena, impulsada por otra visión.
En Vadstena había sesenta religiosas. En un edificio contiguo habitaban trece
sacerdotes (en honor de los doce apóstoles y de San Pablo), cuatro diáconos
(que representaban a los doctores de la Iglesia) y ocho hermanos legos. En
conjunto había ochenta y cinco personas. Santa Brígida redactó las
constituciones; según se dice, se las dictó el Salvador en una visión. Pero ni
Bonifacio IX con la bula de canonización, ni Martín V, que ratificó los
privilegios de la abadía de Sión y confirmó la canonización, mencionan ese
hecho y sólo hablan de la aprobación de la regla por la Santa Sede, sin hacer
referencia a ninguna revelación privada.
En la fundación de Santa Brígida, lo mismo que en la orden de Fontevrault, los
hombres estaban sujetos a la abadesa en lo temporal, pero en lo espiritual, las
mujeres estaban sujetas al superior de los monjes. La razón de ello es que la
orden había sido fundada principalmente para las mujeres y los hombres sólo
eran admitidos en ella para asegurar los ministerios espirituales. Los
conventos de hombres y mujeres estaban separados por una clausura inviolable;
tanto unos como las otras, asistían a los oficios en la misma iglesia, pero las
religiosas se hallaban en una galería superior, de suerte que ni siquiera
podían verse unos a otros.
El monasterio de Vadstena fue el principal centro literario de Suecia en el
siglo XV. A raíz de una visión; Santa Brígida escribió una carta muy enérgica a
Clemente VI, urgiéndole a partir de Aviñón a Roma y establecer la paz entre
Eduardo III de Inglaterra y Felipe IV de Francia. El Papa se negó a partir de
Aviñón pero, en cambio envió a Hemming, obispo de Abo, a la corte del rey
Felipe, aunque la misión no tuvo éxito. Entre tanto, el rey Magno, que
apreciaba más las oraciones que los consejos de Santa Brígida, trató de hacerla
intervenir en una cruzada contra los paganos letones y estonios. Pero en
realidad se trataba de una expedición de pillaje. La santa no se dejó engañar y
trató de disuadir al monarca. Con ello perdió el favor de la corte, pero no le
faltó el amor del pueblo, por cuyo bienestar se preocupaba sinceramente durante
sus múltiples viajes por Suecia.
Había todavía en el país muchos paganos, y Sarta Brígida ilustraba con milagros
la predicación de sus capellanes. En 1349, a pesar de que la "muerte
negra" hacía estragos en toda Europa, Brígida decidió ir a Roma con motivo
del jubileo de 1350. Acompañada de su confesor, Pedro de Skeninge y otros, se
embarcó en Stralsund, en medio de las lágrimas del pueblo, que no había de
volver a verla. En efecto, la santa se estableció en Roma, donde se ocupó de
los pobres de la ciudad, en la espera de la vuelta del Pontífice a la Ciudad
Eterna. Asistía diariamente a misa a las cinco de la mañana, se confesaba todos
los días y comulgaba varias veces por semana (según era permitido en aquella
época). El brillo de su virtud contrastaba con la corrupción de costumbres que
reinaba entonces en Roma: el robo y la violencia hacían estragos, el vicio era
cosa normal, las iglesias estaban en ruinas y lo único que interesaba al pueblo
era escapar de sus opresores. La austeridad de la santa, su devoción a los
santuarios, su severidad consigo misma, su bondad con el prójimo, su entrega
total al cuidado de los pobres y los enfermos, le ganaron el cariño de muchos.
Santa Brígida atendía con particular esmero a sus compatriotas y cada día daba
de comer a los peregrinos suecos en su casa que estaba situada en las cercanías
de San Lorenzo in Damaso.
Pero su ministerio apostólico no se reducía a la práctica de las buenas obras
ni a exhortar a los pobres y a los humildes. En cierta ocasión, fue al gran
monasterio de Farfa para reprender al abad, "un hombre mundano que no se
preocupaba absolutamente por las almas". Hay que decir que, probablemente,
la reprensión de la santa no produjo efecto. Más éxito tuvo su celo por la
reforma de otro convento de Bolonia. Allí se hallaba Brígida cuando fue a
reunirse con ella su hija, Santa Catalina, quien se quedó a su lado y, fue su
fiel colaboradora hasta el fin de su vida. Dos de las iglesias romanas más
relacionadas con nuestra santa son la de San Pablo extramuros y la de San
Francisco de Ripa. En la primera se conserva todavía el bellísimo crucifijo, obra
de Cavallini, ante el que Brígida acostumbraba orar y que le respondió más de
una vez; en la segunda iglesia se le apareció San Francisco y le dijo:
"Ven a beber conmigo en mi celda". La santa interpretó aquellas
palabras como una invitación para ir a Asís. Visitó la ciudad y de allí partió
en peregrinación por los principales santuarios de Italia, durante dos años.
Profecías y revelaciones
Las profecías y revelaciones Santa Brígida se referían a las cuestiones mas
candentes de su época. Predijo, por ejemplo, que el Papa y el emperador se
reunirían amistosamente en Roma. Al poco tiempo así lo hicieron (El Papa Beato
Urbano V y Carlos IV, en 1368). La profecía de que los partidos en que estaba
dividida la Ciudad Eterna recibirían el castigo que merecían por sus crímenes,
disminuyeron un tanto la popularidad de la santa y aun le atrajeron
persecuciones. Brígida fue arrojada de su casa y tuvo que ir con su hija a
pedir limosna al convento de las Clarisas.Por otra parte, ni siquiera el Papa
escapaba a sus severas admoniciones proféticas.
El gozo que experimentó la santa con la llegada de Urbano a Roma fue de corta
duración, pues el Pontífice se retiró poco después a Viterbo, luego a
Montesfiascone y aun se rumoró que se disponía a volver a Aviñón.
Al regresar de una peregrinación, a Amalfi, Brígida tuvo una visión en la que
Nuestro Señor la envió a avisar al Papa que se acercaba la hora de su muerte, a
fin de que diese su aprobación a la regla del convento de Vadstena. Brígida
había ya sometido la regla a la aprobación de Urbano V, en Roma, pero el
Pontífice no había dado respuesta alguna. Así pues, se dirigió a Montefiascone
montada en su mula blanca. Urbano aprobó, en general, la fundación y la regla
de Santa Brígida, que completó con la regla de San Agustín. Cuatro meses más
tarde, murió el Pontífice. Santa Brígida escribió tres veces a su sucesor,
Gregorio XI, que estaba en Aviñón, conminándole a trasladase a Roma. Así lo
hizo el Pontífice cuatro años después de la muerte de la santa.
En 1371, a raíz de otra visión, Santa Brígida emprendió una peregrinación a los
Santos Lugares, acompañada de su hija Catalina, de sus hijos Carlos y Bingerio,
de Alfonso de Vadaterra y otros personajes. Ese fue el último de sus viajes. La
expedición comenzó mal, ya que en Nápoles, Carlos se enamoró de la reina Juana
I, cuya reputación era muy dudosa. Aunque la esposa de Carlos vivía aún en
Suecia y el marido de Juana estaba en España; ésta quería contraer matrimonio
con él y la perspectiva no desagradaba a Carlos. Su madre, horrorizada ante tal
posibilidad, intensificó sus oraciones. Dios resolvió la dificultad del modo
más inesperado y trágico, pues Carlos enfermó de una fiebre maligna y murió dos
semanas después en brazos de su madre. Santa Brígida prosiguió su viaje a Palestina
embargada por la más profunda pena. En Jaffa estuvo a punto de perecer ahogada
durante un naufragio Sin embargo durante, la accidentada peregrinación la santa
disfrutó de grandes consolaciones espirituales y de visiones sobre la vida del
Señor.
A su vuelta de Tierra Santa, en el otoño de 1372, se detuvo en Chipre, donde
clamó contra la corrupción de la familia real y de los habitantes de Famagusta
quienes se habían burlado de ella cuando se dirigía a Palestina. Después pasó a
Nápoles, donde el clero de la ciudad leyó desde el púlpito las profecías de
Santa Brígida, aunque no produjeron mayor efecto entre el pueblo.
La comitiva llegó a Roma en marzo de 1373. Brígida, que estaba enferma desde
hacía algún tiempo, empezó a debilitarse rápidamente, y falleció el 23 de julio
de ese año, después de recibir los últimos sacramentos de manos de su fiel
amigo, el Padre Pedro de Alvastra. Tenía entonces setenta y un años. Su cuerpo
fue sepultado provisionalmente en la iglesia de San Lorenzo in Panisperna.
Cuatro meses después, Santa Catalina y Pedro de Alvastra condujeron
triunfalmente las reliquias a Vadstena, pasando por Dalmacia, Austria, Polonia
y el puerto de Danzig.
Santa Brígida, cuyas reliquias reposan todavía en la abadía por ella fundada,
fue canonizada en 1391 y es la patrona de Suecia.
Visiones y escritos
Uno de los aspectos más conocidos en la vida de Santa Brígida, es el de las
múltiples visiones con que la favoreció el Señor, especialmente las que se
refieren a los sufrimientos de la Pasión y a ciertos acontecimientos de su
época. Por orden del Concilio de Basilea, el Juan de Torquemada, quien fue más
tarde cardenal, examinó el libro de las revelaciones de la santa y declaró que
podía ser muy útil para la instrucción de los fieles; pero tal aprobación
encontró muchos opositores. Por lo demás; la declaración de Torquemada
significa únicamente que la doctrina del libro es ortodoxa y que las
revelaciones no carecen de probabilidad histórica. El Papa Bcnedicto XIV, entre
otros, se refirió a las revelaciones de Santa Brígida en los siguientes
términos: "Aunque muchas de esas revelaciones han sido aprobadas, no se
les debe el asentimiento de fe divina; el crédito que merecen es puramente
humano, sujeto al juicio de la prudencia, que es la que debe dictarnos el grado
de probabilidad de que gozan para que crearnos píamente en ellas."
Santa Brígida, con gran sencillez de corazón, sometió siempre sus revelaciones
a las autoridades eclesiásticas y, lejos de gloriarse por gozar de gracias tan
extraordinarias, las aprovechó como una ocasión para manifestar su obediencia y
crecer en amor y humildad. Si sus revelaciones la han hecho famosa, ello se
debe en gran parte a su virtud heroica, consagrada por el juicio de la Iglesia.
El libro de sus revelaciones fue publicado por primera vez en 1492.
Las brigidinas tienen unas lecciones de maitines tomadas de sus revelaciones
sobre las glorias de María, conocidas con el nombre de "Sermo
Angelicus", en recuerdo de las palabras del Señor a la santa: "Mi
ángel te comunicará las lecciones que las religiosas de tus monasterios deben
leer en maitines, y tú las escribirás tal como él te las dicte".
Oración a Santa Brigida
Oh, Jesús ahora deseo rezar la oración del Señor siete veces,
con el amor con el que Tú santificaste esta oración en Tú Corazón,
Tómala de mis labios hasta Tú Sagrado Corazón.
Mejórala y complétala para que le brinde tanto honor y felicidad
a la trinidad en la tierra, como Tú lo garantizaste en esta oración.
Que esta se derrame sobre Tú santa humanidad para la glorificación
de Tus dolorosas heridas y la preciosísima sangre
que Tú derramaste de ellas.
Dios bendiga a la persona que se tomo el tiempo de escribir esta bella biografía.
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